Francisco Lazo de la Vega, gobernador de Chile, donó en nombre del rey de España las tierras de la estancia de Longaví a los jesuitas en 1639. Dos años después, la donación fue incrementada con nuevas tierras entregadas por Francisco López de Zúñiga, gobernador de Chile. En 1649, Alonso de Córdoba Figueroa, gobernador de Chile, donó otras cuatro mil cuadras de tierra, todas las cuales debían dar sustento a los religiosos y estudiantes. Los indígenas sometidos a su jurisdicción poseerían tierras para sembrar y bueyes, además de contar con vestuario y comida. Al cumplir los 50 años o impedidos de trabajar, los indígenas obtendrían una chacra, lana para el vestuario y socorro en caso de enfermedad.